Infierno

(Sólo para condenados)

Relatos variados


Arriba/Abajo

Publicado el 17 de Enero, 2010, 12:41. en Relatos variados.
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Arriba:

Si el año nuevo es como un libro con las páginas en blanco, para ir llenando a medida que pasan las horas, creo que he dejado diez en blanco, durmiendo como un idiota. – Se levantó y se asomó a la ventana –.

Abajo:

Soy muy descuidada con mis cosas y ando por la vida con las manos abiertas sin retener nada. A ver. Me voy a sentar junto a esa farola, me quitaré estos tacones de mierda que me tienen los dedos tullidos. ¡Ahhh qué alivio! Parece que los dedos se me han pegado con poxipol. ¡Mierda! Se me ha rasgado el vestido. He perdido las llaves de casa, el móvil, no tengo dinero. Me queda un buen trecho para llegar a  meterme en mi camita y empezar a soñar.

Arriba:

Menuda rasca lleva esa y con el olor a churros con chocolate, debe tener el estómago convulsionado, la cabeza le estará dando vueltas a mil por segundo. Ya, si es que entre el mareo de los cubatas y el olor a grasa de los churros, en vez de ir derecha a su casa, hará una parada en el ambulatorio.

Abajo:

¿Qué haces en la ventana ojiando a la gente? ¿Buscas inspiración en los huesos de la humanidad para llenar tu vida chunga?

Arriba:

¡Joder! Se dio cuenta que la miraba.

Abajo:

¡Anda ya! Escóndete detrás de la cortina. Eso es lo único que sabes hacer. O es qué te parece sublime hablar de mis dedos tullidos por el tacón de aguja. Faltaría más,  boyero. Heyyyy, oigan, ustedes. Vengan, vengan para acá.

Un grupo de jóvenes se acerca.

Miren, en aquella ventana, la de la derecha. Hombre la de las cortinas de maderilla. Ahí hay un tipo mirando a la gente. Un ratón de esos que se esconde cuando llega la gente de verdad.

¡Da la cara cabrón! Le empiezan a gritar los chicos con los puños en alto. Cobarde, fisgón de pacotilla, amargao, que eres un amargao y un asqueroso mirón.

A esas voces se les unen otras y otras, de repente el grupo que parecía disperso se reúne en torno a su portal, empiezan a gritar, amenazar, romper botellas o quemar contenedores.

Arriba:

Lo primero que pensó fue en llamar a la policía, luego en grabar la gresca y colgarla en you tube, o coger el balde, llenarlo de agua y lanzárselo a esos niñatos resacados que andan buscando la bronca por cualquier cosa. Claro como no tienen más problemas que la resaca, se inventan novelas para sacarse los tacones de aguja y amenazar a cualquiera que…

Abajo:

La chica del traje roto y sin bolso se dedicó a saquear bolsillos en busca de dinero para el taxi mientras gritaba insultos al bulto que seguía escondido detrás de la cortina.

Vaya comienzo de año. Estos niñatos no tienen ya ni un céntimo. A ver si aquel.

Desde arriba veía a los jóvenes y pasado el primer susto se le iluminó la cabeza. Sonrió muy chulo ante el espejo, tomó una pequeña grabadora y cerró la puerta. Ya en el ascensor se llevó el  aparato a los labios y empezó a grabar: Uno de enero, diez de la mañana, después de diez horas perdidas entre las sábanas, he encontrado como empezar a llenarlas este año nuevo. Abre el portal, se acerca al grupo de jóvenes y disimulando se quita los zapatos, los tira contra su propio portal. Los chicos hacen lo mismo y en avalancha se lanzan contra los cristales.

La chica se escabulle con los zapatos en la mano y un billete de cinco euros arrugado en sus manos.



Gladys


Arriba:

Si el año nuevo es como un libro con las páginas en blanco, para ir llenando a medida que pasan las horas, creo que he dejado diez en blanco, durmiendo como un idiota. – Se levantó y se asomó a la ventana –.

Abajo:

Soy muy descuidada con mis cosas y ando por la vida con las manos abiertas sin retener nada. A ver. Me voy a sentar junto a esa farola, me quitaré estos tacones de mierda que me tienen los dedos tullidos. ¡Ahhh qué alivio! Parece que los dedos se me han pegado con poxipol. ¡Mierda! Se me ha rasgado el vestido. He perdido las llaves de casa, el móvil, no tengo dinero. Me queda un buen trecho para llegar a  meterme en mi camita y empezar a soñar.

Arriba:

Menuda rasca lleva esa y con el olor a churros con chocolate, debe tener el estómago convulsionado, la cabeza le estará dando vueltas a mil por segundo. Ya, si es que entre el mareo de los cubatas y el olor a grasa de los churros, en vez de ir derecha a su casa, hará una parada en el ambulatorio.

Abajo:

¿Qué haces en la ventana ojiando a la gente? ¿Buscas inspiración en los huesos de la humanidad para llenar tu vida chunga?

Arriba:

¡Joder! Se dio cuenta que la miraba.

Abajo:

¡Anda ya! Escóndete detrás de la cortina. Eso es lo único que sabes hacer. O es qué te parece sublime hablar de mis dedos tullidos por el tacón de aguja. Faltaría más,  boyero. Heyyyy, oigan, ustedes. Vengan, vengan para acá.

Un grupo de jóvenes se acerca.

Miren, en aquella ventana, la de la derecha. Hombre la de las cortinas de maderilla. Ahí hay un tipo mirando a la gente. Un ratón de esos que se esconde cuando llega la gente de verdad.

¡Da la cara cabrón! Le empiezan a gritar los chicos con los puños en alto. Cobarde, fisgón de pacotilla, amargao, que eres un amargao y un asqueroso mirón.

A esas voces se les unen otras y otras, de repente el grupo que parecía disperso se reúne en torno a su portal, empiezan a gritar, amenazar, romper botellas o quemar contenedores.

Arriba:

Lo primero que pensó fue en llamar a la policía, luego en grabar la gresca y colgarla en you tube, o coger el balde, llenarlo de agua y lanzárselo a esos niñatos resacados que andan buscando la bronca por cualquier cosa. Claro como no tienen más problemas que la resaca, se inventan novelas para sacarse los tacones de aguja y amenazar a cualquiera que…

Abajo:

La chica del traje roto y sin bolso se dedicó a saquear bolsillos en busca de dinero para el taxi mientras gritaba insultos al bulto que seguía escondido detrás de la cortina.

Vaya comienzo de año. Estos niñatos no tienen ya ni un céntimo. A ver si aquel.

Desde arriba veía a los jóvenes y pasado el primer susto se le iluminó la cabeza. Sonrió muy chulo ante el espejo, tomó una pequeña grabadora y cerró la puerta. Ya en el ascensor se llevó el  aparato a los labios y empezó a grabar: Uno de enero, diez de la mañana, después de diez horas perdidas entre las sábanas, he encontrado como empezar a llenarlas este año nuevo. Abre el portal, se acerca al grupo de jóvenes y disimulando se quita los zapatos, los tira contra su propio portal. Los chicos hacen lo mismo y en avalancha se lanzan contra los cristales.

La chica se escabulle con los zapatos en la mano y un billete de cinco euros arrugado en sus manos.



Gladys



A las 12 en...

Publicado el 1 de Diciembre, 2009, 19:47. en Relatos variados.
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Tenía los ojos irritados después de completar treinta horas pegada a la pantalla de su PC, un dolor agudo en las piernas fue el que definitivamente la obligó a levantarse y dar un paseo por su estrecho salón. Pensó si debía ducharse y salir a dar una vuelta cuando el clic de la pantalla la llamó. Miró la mesa, dudó unos instantes, pero luego se decidió a seguir la conversación.

 

-(EL)           ¿Estás ahí? La saludó una carita feliz.

 

-(ELLA)       Si... estaba... fum...atendiendo a otro amigo.

 

-(EL)           ¿Tienes muchos amigos?

 

-(ELLA)       Si... Eh, pues...

 

-(ÉL)           Llevamos muchas horas hablando, ya nos conocemos, ¿no?

 

-(ELLA)       Claro que si.

 

-(EL)           Debo confesarte algo.

 

-(ELLA)       Dime.

 

-(EL)           Todas esas historias sobre mi trabajo como fotógrafo son mentira, en realidad estoy de baja y no sé muy bien en qué gastar las veinticuatro horas del día.

 

-(ELLA)       ¡Qué fuerte! ¿Y por qué te inventaste todo eso?

 

-(EL)           No lo sé. Nunca me ha gustado la fotografía. Ni viajar.

 

-(ELLA)       Vaya.

 

-(EL)           ¿Te enfadaste conmigo?

 

-(ELLA)       No, claro que no. Yo tampoco soy secretaria del banco.

 

-(EL)           Jejejeje Así que empezamos a tener más cosas en común.

 

-(ELLA)       Bueno, yo dirá más bien que la mentira nos une. ¿Qué haces?

 

-(EL)           Nada.

 

-(ELLA)       Igual que yo.

 

-(EL)           Pues sí.

 

-(ELLA)       Bueno yo trabajo en una empresa archivando expedientes. Lo cual me obliga a estar encerrada en los sótanos mis ocho horas de trabajo y los fines de semana no salgo.

 

-(EL)           Yo tampoco. Un día me pasó algo muy gracioso, después de llevar tres días encerrado, cuando salí, las calles me parecieron nuevas, había en el aire algo distinto.

 

-(ELLA)       ¿Nuevas?

 

-(EL)           Si, como una ciudad animada. Pensé en Homer Simpson.

 

-(ELLA)       Jajajajaj- Espera-

 

-(EL)           ¿Otro amigo?

 

-(ELLA)       No. Quiero fumar.

 

-(EL)           Vale, puedes hacerlo mientras hablamos, no me cortes por favor. Yo también podría encender uno, aunque llevo años sin hacerlo.

 

-(ELLA)       No lo hagas.

 

-(EL)           Yo creo que ya no importa mucho. Bueno si es que no te has arrepentido.

 

-(ELLA)       Desde luego que no, siempre y cuando me asegures que es efectivo. No me gustaría quedarme majareta.

 

-(EL)           Ni a mi. No te preocupes por eso, mi amigo es un experto y muy fácil de usar. ¿Te has imaginado en algún momento cuando la pantalla se quede en blanco?

 

-(ELLA)       Si. La pantalla vacía, muda...como nosotros.

 

-(EL)           ¿Ya vas a acabar tu cigarro?

 

-(ELLA)       No, me queda más de la mitad.

 

-(EL)           Ahhh es que yo soy de caladas largas.

 

-(ELLA)       Pues espera un poco... ¿has controlado cuando tarda un cigarro en consumirse?

 

-(EL)           No,.. Nunca.

 

-(ELLA)       Yo sí.

 

-(EL)           Unos tres minutos, ¿quizás si lo haces lentamente?

 

-(ELLA)       Como un polvo, casi,

 

-(EL)           Jejejejeje ¿Estas lista?

 

-(ELLA)       Si

 

-(EL)           ¿Te lo conectaste?

 

-(ELLA)       Si. Y ¿tú?

 

-(EL)           También.

 

-(ELLA)       ¿Cuánto tiempo tenemos?

 

-(EL)           Yo creo que un marlboro light

 

-(ELLA)       Igual que yo.

 

 

UN LARGO SILENCIO

 

-(EL)            ¿Sigues ahí? Parece que se nos acabó el tema. Ya no sé qué decirte.

 

-(ELLA)       Ni yo.

 

-(EL)           ¿Cómo va ese cigarro?

 

-(ELLA)       Quemando.

 

-(EL)           ¿Cuánto te queda?

 

-(ELLA)       ¿Tienes aquello a tu lado?

 

-(EL)           Si. Y ¿tú?

 

-(ELLA)       También.

 

-(EL)           Yo ya estoy en el filtro.

 

-(ELLA)       Yo no, espera le doy una calada más fuerte. Habla mientras tanto. ¿Qué pasó con Homer Simpson?

 

-(EL)           ¿Lo de las calles?

 

-(ELLA)       Sí.

 

-(EL)           Eran más brillantes. Como en los dibujos animados. ¿Tonto verdad?

 

-(ELLA)       ¿Tienes un río en tu ciudad?

 

-(EL)           No. Y ¿tú?

 

-(ELLA)     Tampoco, lo pregunto porque debe ser lindo escuchar el agua mientras…

 

-(EL)           ¿Cuál te gustaría... Missisipi o Sena?

 

-(ELLA)      No sé... no sabría elegir. Me quedan unos milímetros.

 

-(EL)           A mi también.

 

-(ELLA)       Mano derecha...

 

-(EL)           OK.

 

-(ELLA)       Última calada.

 

-(EL)           Última.

 

-(PC)           PIPPPPPPPPPPPPPPPPPPPPPPPPPPPP



Gladys


Noviembre

Publicado el 9 de Noviembre, 2009, 20:52. en Relatos variados.
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Tardó en llegar el Otoño. Sus primeros movimientos indicaban que sería duro. Señalaba el final de un tiempo, de una forma de hacer. El Invierno sería aún peor. Un ciclo se acercaba inexorablemente. Ellos lo presintieron y se adelantaron.

Inferno


Callejeros

Publicado el 18 de Abril, 2009, 13:09. en Relatos variados.
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 A todos los artistas callejeros.

 

Estira los dedos delante de sus ojos, repite el ritual desde los cuatro años, como le enseñó su mamá. Mueve las falanges despacito hasta que su mente se toma un respiro justo al llegar al número diez.

El público la rodea en silencio. Los ojos de la gente esperan ansiosos, ella siente su palpitar. Inclina la cabeza, les sonríe camina erguida hasta la rueda que la aguarda de la mano de su asistente.

Se coloca en el centro, su cuerpo se inclina suavemente inicia su acto con unos tímidos giros preliminares, por lo menos hasta descubrir el rostro que desde hace una semana la mira sin parpadear. Segundos después, absorbida la admiración, el mundo desaparece para la malabarista. Los rostros de la multitud se amalgaman en una torta salpicada de ojos atentos. Arriba, abajo, a la derecha, a la izquierda. La rueda que la transporta gira sobre una retícula imaginaria obedeciendo a las rutinas establecidas por ella, una rutina de movimientos que representan el día a día de millones de personas, pero que extraídos en una escena particular adquieren el tono mágico del arte, pero también se convierten en algo tan abstracto que su verdadero significado escapa del alcance de la inteligencia humana.

 

 

·        Siempre hace lo mismo – susurra Alicia a su compañera –

·        Y nosotros siempre estamos aquí – asiente con una sonrisa Berta –

·        Vámonos que llegaremos tarde a la clase.

·        Hoy, me da no sé qué dejarla sin que termine el número, ¿y si se da cuenta que nos vamos?

·        Todos los artistas están acostumbrados a eso. Habrá gente que se quede y otra que se marche.

·        Si, pero… bueno. Supongo que muchos representan y luego se van a sus casas, porque tienen una vida diferente y ella…

·        Seguramente que ella también la tiene Berta, vámonos. A lo mejor su marido la está esperando o su amigo, en fin, no parece ser una mujer solitaria.

·        ¿Y si está sola?

·        Pues mala suerte. Que se las apañe, como todos, como todo el mundo ni más ni menos. Dijo Alicia recogiendo sus libros para marcharse.

·        Que se las apañe. Iba pensando Berta mientras recogía también sus libros y se disponía a seguir los pasos de su amiga.

·        Dio una última mirada a la mujer que estaba realizando los  giros finales, su silueta se recortaba contra el fondo de la calle Qué se las apañe… Que se las apañe.

 

Se va piensa la artista en el instante en que su rostro se acerca al piso en la reverencia final. No esperó el final la niña linda.

Y una lágrima se abrió camino entre las surcadas mejillas mientras los labios sonreían al escaso público que aguantaba bajo la lluvia que empezaba a caer.

Gladys

 

 

 


LA NO DEMASIADO ASOMBROSA HISTORIA DEL HOMBRE-PELOTA

Publicado el 15 de Abril, 2009, 22:41. en Relatos variados.
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Resulta que Alfredo pensaba en círculos. Sólo se fijaba en los objetos redondos y, cuando veía algo cuadrado, como por ejemplo una mesa cuadrada, trazaba a su alrededor una circunferencia imaginaria que rozaba sus cuatro esquinas. Alfredo odiaba los huevos, por elípticos y la Tierra, por achatada. 

Era un poco raro este Alfredo.

 

Como no podía ser de otra manera, cuando llegó el día de su boda, decidió casarse. Su prometida era una gorda zampabollos tan redonda y mofletuda que a Alfredo le resultaba irresistible, sobre todo, cuando la observaba comiendo una hamburguesa o una pizza. Fueron unos años muy felices para Alfredo. Tiempo después enviudó. Fue entonces cuando decidió hacer su cuerpo lo más redondo posible: compró una sierra eléctrica en la tienda de la esquina (era una tienda de sierras eléctricas) y se cortó un brazo y una pierna. Luego fue dando saltitos a la pata coja hasta la tienda de la otra esquina y se compró una guadaña (era una tienda de sierras eléctricas, pero también vendían guadañas, y no como en la otra tienda de la esquina donde sólo vendían sierras eléctricas y piruletas de fresa); con la guadaña se segó el brazo y la pierna que le quedaban, el tronco y el cuello, en ese orden, no me preguntéis cómo, porque no lo sé. Además, para conseguir que su cabeza fuese lo más esférica posible, se fue rodando a una peluquería y se rapó el pelo al cero; por último, se arrancó las orejas a mordiscos. Aquello fue lo más complicado, para conseguirlo tuvo que desdoblarse hasta otra dimensión y luego volverse a doblar hasta esta dimensión, donde se vio a sí mismo y se puso a dar mordiscos en las orejas a su otro yo hasta arrancárselas; al principio no conseguía llegar a morderlas, así que comenzó a dar saltos impulsándose con la mandíbula inferior abriendo y cerrando la boca mientras gritaba ¡ahhh!, ¡ahhh!, ¡ahhh! varias veces, hasta llegar lo suficientemente alto como para atrapar la oreja derecha y ponerse a morderla, después hizo lo propio con la izquierda; una vez terminada la tarea, se plegó como una pajarita de papel para volver a la dimensión real; en fin, todo un lío.

 

Y así fue como Alfredo consiguió ser apodado el Hombre-pelota, cosa que le hizo realmente feliz. Tres días después le despidieron, ya que con sólo su cabeza no conseguía mecanografiar y como era Mecanógrafo... pues eso, que le echaron de una patada a la calle y se fue dando botes hasta hacer canasta en un cubo de basura. Allí murió de asco, porque un jovenzuelo vomitó la noche del viernes al sábado y a Alfredo le dio mucho asco.

 

Y este cuento, Manolito, está finito.

Cerrolaza

 


Marta

Publicado el 5 de Marzo, 2009, 11:18. en Relatos variados.
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         ¡Manda huevos!... Es su frase favorita cuando alguna cuestión no le termina de encajar. Mujer menuda, de aspecto agitanado con una concentración de Humanidad sacada de no se sabe dónde. Su salud es su gran punto débil, que enterrará a toda la familia si éstos descuidan algo la suya. Otro rasgo destacado es su pertinaz genética, (de esto tiene parte de culpa un tal Mendel, que entre oración y oración, se dedicaba a jugar con los guisantes del huerto de su monasterio) que le ha hecho duplicar sus facciones y su carácter en su descendencia. Pero lo que más destaca de este ser legendario, allá por donde va deja una huella imborrable, es su tozudez por vivir el día a día entre los suyos. Cada minuto que pasa, cada situación, es única y la vive con suma intensidad.

         No hay ataduras sociales que la secuestren, más allá de las que se quiera autoimponer. Sus caprichos son sencillos y contundentes: un café con los amigos y estar con sus seres queridos. Con esta claridad de ideas y esta forma tan vital de ser, es muy difícil mantener una discusión con ella, salvo que uno quiera quedar como un auténtico gilipollas.

Jimul


"¡No me jodas, Martínez!"

Publicado el 30 de Octubre, 2008, 11:01. en Relatos variados.
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"¡No me jodas Martínez! has puesto en libertad al Gran estafador, y has dejado al pobre gitanillo de la cuarta galería en chirona. La has cagado de pleno…
Pero Martinez sabía muy bién por qué lo había hecho, aunque jamás confesaría ni bajo pena de muerte.

Martinez era un gris funcionario, que siempre había vivido entre las tristes paredes de aquella cárcel. En realidad había sido un preso más, puesto que su mundo se reducía a ese submundo de delincuentes y estafadores al cual se había acostumbrado y resignado. Hasta que un día llegó el Gran Estafador y le propuso un negocio al que no pudo resistirse.

El Sr. Orlando, un magnate con cierto tufillo a mangante le había propuesto obsequiarle con un chalé en la Manga del Mar Menor, a cambio de que le sacase de allí a la menor brevedad posible. Pero fiarse de un estafador, grande o pequeño, siempre es un grave error. Lo que no sabía Martinez, era el gran secreto que aquel chalé de la Manga del Mar Menor escondía.

Así que, luego de lograr sacar a Orlando gracias a un amigo juez, se fue a conocer su nueva casa. Una vez allí se admiró de la fastuosidad de su chalé, ahora sí que se daría la gran vida y lamentó no haber invitado a unos cuantos colegas.

La música inundaba el espacio, las voces de los cantaores enardecían el alma, y así, sudoroso y lleno de tierra como había llegado decidió entrar a su casa y averiguar que era aquel jolgorio. Al entrar al salón se asustó un poco, la verdad, no conocía a nadie, ni siquiera el cantante que famoso debía ser por el dominio del escenario. Se le acercó un camarero y le susurró:

¡qué! usted también cayó bajo el embrujo del novio del tal Falete.

 Martínez salió a la puerta a tomar un poco de fresco, todo aquello le sonaba un tanto extraño. Un vecino se le acercó, y luego de saludarlo con toda corrección le preguntó:



-¿Está usted pensando comprar este chalet? hace años que está deshabitado.- Martínez se quedó confundido
-Pero si ahora mismo están dando una fiesta que...
-¿Ahora mismo?- el vecino lo miraba extrañado
-Sí, venga, pase, vamos a tomarnos unos tragos.

Ambos entraron a la casa, pero ya no había ninguna fiesta, ni músicos, ni nada. Todo estaba silencioso, oscuro y polvoriento. Y es que, aquel extraño y fastuoso lugar, estaba reservado para aquéllos que caían en las manos del Gran Estafador, aquéllos que se dejaban llevar por la avaricia y vendían su alma al mejor postor.

Martínez no sabía si decirle al vecino que minutos antes el lugar era una fiesta. Pero rápidamente pensó mejor no hacerlo, ya que mientras se adentraban en el minutos antes suntuoso e iluminado salón, se dio cuenta al pasar por un espejo, que sólo veía la imagen del vecino, mientras que la suya no. Fue entonces cuando pronunció la frase con la que pasaría a la posteridad:

 "Estamos mal, pero menos mal que Estamos".

En ese momento el pitido del patio marcaba el final del "recreo libertario" en el Centro Penitenciario llamado "Libertad Segura", terminado el recreo, Martínez tuvo tiempo para reflexionar sobre su invisibilidad en el espejo de la casa fantasma. Decidió volver al día siguiente a intentar desvelar el misterio.

Colectivo Algo para Contar




La Loca (final

Publicado el 31 de Marzo, 2008, 14:02. en Relatos variados.
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http://www.talleronline.com/modules/gallery/albums/album316/immago_117.sized.jpg

Más o menos ese era el escenario, ellos, los actores que diariamente representaban las rutinas del asilo; los demás, los considerados peligrosos o definitivamente descartados de toda posibilidad de curación se hallaban encerrados en sus celdas o eternamente sujetos a sus camisas de fuerza mientras los días pasaban, mientras la vida se agotaba. Así, y tal vez precisamente por eso, Jairo recurría a esas huidas del presente, siempre lo había hecho, desde que tiene memoria y nunca podría precisar en qué momento empezó a ser consciente de aquellos raptos. Quizás todo comenzó cuando llegó su hermano, o cuando su madre desaparecía al llegar el padre a casa, - ese sería un gran reto para cualquier psicoanalista – pero a él no le importaba saber cuando había empezado a escaparse y mucho menos los motivos que causaban esos raptos de la realidad, en el fondo de su alma estaba muy contento de ser así, lo consideraba una cualidad más que un defecto; allá los otros que desperdiciaban su tiempo tratando de averiguar los por qués del comportamiento humano, los que se enredaban en largas y tediosas teorías acerca del ser y del no ser, sin embargo, más idiotas eran aquellos que se gastaban su dinero sentándose en un sillón para contar sus cosas mientras el doctor dormita con la grabadora encendida y que a él no le viniera nadie a decir que el tal señor que se inventó el psicoanálisis había hecho algo positivo por la humanidad, todo lo contrario, entre más sabio es el ser humano, más refinado se vuelve para sembrar el mal.

Y no bien acababa de condenar a los sabios, Jairo tuvo un sobresalto, justo en frente a su ventana, en el pabellón de aislados le pareció ver la silueta de una mujer deslizándose tras los cristales del pasillo. ¿Sería la misma que en la mañana lo había traspasado? ¿La misma, cuyo recuerdo le mordía el hígado? Sin detenerse a pensarlo salió apresuradamente del despacho, bajó los escalones que lo separaban de la primera planta de tres en tres. En un abrir y cerrar de ojos se hallaba atravesando el jardín hasta alcanzar el edificio del frente. Sin embargo sus esfuerzos no fueron recompensados, por más que inspeccionó una a una las habitaciones, los pasillos, baños o cualquier recoveco del edificio, no pudo hallar a la mujer que lo había trastornado. Finalmente, cuando decidió darse por vencido, retomó sus pasos, volvió al despacho considerándose afortunado al no encontrarse con nadie en el parque ni en los pasillos interiores, una vez allí, buscó entre las gavetas los formularios exigidos por el centro para el ingreso de los pacientes y cuando los tuvo todos en regla se dispuso a llenarlos con los datos imprescindibles para que en la mañana, cuando el médico viniera a hacer la revisión obligatoria, no encontrara nada fuera de lugar en la admisión de aquella mujer madura.

En ello se entretuvo casi toda la tarde, una tarde de por sí bastante inútil porque su cerebro se negó a coordinar sus pensamientos, lo único que podía sacar en claro de aquel desbarajuste era que tenía que calmarse si quería poner en orden sus teorías acerca de la extraña mujer, pero, ¿cómo hacerlo? ¿Por dónde empezar? Y encima el tiempo corría en su contra, porque si alguien la encontraba primero, quien sabe en qué terminaría la historia de esa mujer madura que por la mañana entró en su vida sacudiéndole el polvo de tantos años perdidos.

Con la mirada perdida y las manos empapadas de sudor, Jairo se acercó a la ventana, como buscando que los árboles le dieran alguna pista, pero al cabo de unos minutos ellos seguían tan mudos e inertes como él mismo. Sacudió la cabeza, cerró los ojos fuertemente y decidió que debía empezar por algo, cualquier cosa era preferible a ese estado latente e improductivo; entonces volvió a la mitad de la habitación, miró en derredor y se decidió a examinar los expedientes de los pacientes; allí estaban archivados en perfecto orden alfabético, las letras separadoras lucían brillantes bajo la cubierta de plástico azul, en una secuencia metódica, ahí estaba toda una gaveta con los resúmenes de las vidas de los internos hasta la letra M, seguramente en el cajón inferior se hallaban los de la N hasta la Z, podría escoger cualquiera, así, al azar, como dejándose llevar por una fuerza extraña, que no era más que su miedo a enfrentarse a alguna actividad práctica, su mano bajó hasta la letra C y tomó el cuarto expediente. Una vez lo sacó del montón, notó un ligero alivio en su pecho y una sonrisa le iluminó el rostro. Por fin estaba haciendo algo. Lo acarició y sintió el frío del cartón sobre la palma de su mano, deslizó los dedos por el lomo de la carpeta, lentamente se fue a sentar en el escritorio, sin embargo, en un súbito impulso se decidió a coger unos cuantos expedientes más, por si ese no le servía de mucho. Con los brazos repletos de carpetas se dirigió de nuevo al escritorio, los alineó a su izquierda. Encendió la lámpara y abrió el primero que se ofreció a su vista: correspondía a un tal Carrasco López Jesús Alberto, varón, mayor de edad, nacido en Santa Fe de Bogotá, el día 18 de mayo de 1945 en el hospital de la Misericordia, hijo de Rafael Carrasco y Margarita López Trujillo, residentes en el barrio de... – No esto no me interesa pensó Jairo – debo buscar en su diagnóstico, a ver, debe estar por aquí – Sus manos temblorosas pasaban las páginas y en su afán por llegar a las correspondientes a los resúmenes de los médicos, dejaba sin observar muchas de ellas, por lo que tenía que volver a revisar una y otra vez mojando las yemas de sus dedos para pasar de una en una, hasta que finalmente logró llegar donde se hallaban formando una especie de subarchivo, los tan necesitados informes médicos. Octubre de 1960, - después de la fecha seguían los datos relativos al centro de salud de donde provenía Jesús Alberto y en letra enrevesada se podía deducir lo siguiente: "…a la fecha el paciente cuenta con quince años, se presenta acompañado de su madre, mujer de unos treinta años aproximadamente, aunque por su aspecto descuidado se podría pensar que tiene más edad, pero algo en sus ojos revela que no debe sobrepasar la treintena. Su manera de hablar es atropellada y repetitiva, contesta a las preguntas que le hago al paciente mientras que el chico mira hacía el frente sin inmutarse y sin pretender aclarar o explicar lo que la madre está relatando. Dice que Jesús Alberto siempre fue un niño muy bueno, algo callado y solitario, pero que nunca hizo ningún mal a nadie, hasta que empezó a salir con aquellos muchachos (se refiere al grupo con que salía el joven Jesús Alberto), entonces si empezó a hablar, hasta a bromear con sus hermanos y yo, imagínese doctor, estaba feliz porque por fin mi hijo empezaba a hacer lo que hacen todos los niños de su edad, salía, iban al cine, a paseos, a sus fiesticas, como todo el mundo hasta que de un momento a otro le dio por quemar cosas, al principio yo no le di importancia, veía como malgastaba los fósforos de la cocina, o como se quedaba mirando embobado mientras las hojas de algún cuaderno o periódico se quemaban y yo debí darme cuenta, yo sabía que ese brillo en los ojos no era normal, pero que quiere doctor, uno nunca se imagina... – en este punto Jairo alzó la vista hacía la ventana, a su mente le llegaban las imágenes de un chico quemando sus cuadernos, quizás en el patio de su casa, en la cocina y se preguntaba si encendería todos los fósforos al mismo tiempo o se tomaría su tiempo para irlos encendiendo uno a uno y si esperaría a que se apagaran, o se conformaba con el primer chispazo – pero no – se dijo – esta mujer, mi mujer y él mismo se extrañó al darse cuenta del término usado inconscientemente, "mi mujer", ella no era su mujer, al menos en el sentido familiar de esa frase, era su mujer desde el punto de vista ocasional que le habían brindado las circunstancias de hallarse él solo en la portería en el momento en que ella apareció como un ángel ante la puerta del manicomio, pero igual podría haber estado otra persona en su lugar y todo eso no le estaría pasando precisamente a él. Pero volviendo al expediente, era imposible que la enigmática mujer de esa mañana  pudiera ser la madre del pirómano, su mente se negaba a admitir tal teoría; sacudiendo la cabeza de un lado a otro, decidió volver al escritorio a tomar otro expediente. Sus manos se posaron sobre las carátulas, allí se leían nombres como Salgado Perea Ana Lucrecia, Santos Cuadrado Juan Carlos, nombres que no decían nada, que no anticipaban el destino que guardaban aquellas cartulinas, nombres compuestos, comunes y vulgares como rótulos de mercancía en un gran almacén. ¿Quién sería aquella Lucrecia? ¿De qué color serían sus ojos, su cabello, su piel? ¿Tendría su voz un tono dulce y suave o sería imperioso y dominante? O este Juan Carlos, bien podría ser un misántropo o un violador. Vidas, aquellos nombres eran los restos de unas vidas que tal vez no conocería nunca, y su mente jamás podría dibujar al menos un boceto borroso de esos rostros, de esos cuerpos que seguramente respondían a esos nombres Lucrecia, nombre antiguo, lleno de reminiscencias históricas, nombre de una mujer que talló su huella en la humanidad para bien o para mal, pero ahí estaba en las páginas de enciclopedias, en los tratados de los estudiosos y Juan Carlos, nombre de rey, nombre igualmente con sabor a rancio; nombres dispuestos para mi en una carpeta debidamente ordenada, pero quién era Jairo para penetrar de esa manera en sus vidas, ¿quién era él para tomar renglones de una vida y agruparlos en un párrafo de otra?

Jairo se levantó dejando los expedientes sobre el escritorio, los miró como de lejos y se quedó de pie en medio de la habitación pensando qué hacer. Pero las respuestas no llegaban, si al menos fumara, ese sería el momento de tomar un cigarrillo lentamente de la cajetilla, llevárselo a los labios y como al descuido sacar de su bolsillo el encendedor, frotarlo con sus manos, entonces el rostro se le iluminaría con una bonita luz rojiza que quedaría perfecta para un encuadre cinematográfico de alguna película de las llamadas de autor, que al provenir de un país subdesarrollado o en vía de desarrollo como la lástima había generalizado, ganaría un montón de premios en las salas sacras del séptimo arte, pero él no era actor de ninguna película de ese tipo, mucho menos director de cine, era un simple auxiliar de enfermería  que empezó haciendo prácticas en un hospital psiquiátrico y que por pereza o desidia se fue quedando allí, adoptando a los enfermos como a su familia y a los médicos y demás compañeros como sus hermanos de sangre. Ese era Jairo, pero también era ese otro que se quedaba pasmado en medio de una habitación pensando hacía donde  dirigir sus más ínfimos pasos o deseos y ahora tenía en sus manos una cosa grande, un algo enorme e insondable que le daba a su vida una segunda oportunidad, no sabía qué hacer.            Era como encontrarse en medio del desierto y de pronto, al atravesar una duna encontrarse con dos caminos igual de llanos, ¿cuál elegir? El lógico y sensato: decir la verdad y devolver a esa mujer al mundo exterior para que luego él pudiera tomarse tranquilamente el café con leche caliente, o sentarse en medio de sus amigos por las mañanas con la única preocupación de llenar anotaciones en las hojas de cada paciente, o por último enfrentarse a aquella mujer,  preguntarle, hablar con ella... y sin embargo una tercera vía se abría frente a sus plantas: Jairo podría ser un creador, un dios, podría perfectamente tomar de la nada ese cuerpo de mujer, darle un nombre, rotular una carátula de alguna carpeta limpia y empezar a llenarla de vida, si, es verdad, una vida imaginada pero ¿quién podría desmentirlo?. Nadie, porque sería su secreto.

 Gladys

 



La Loca (I)

Publicado el 30 de Marzo, 2008, 17:56. en Relatos variados.
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Disculpe señor, ¿usted trabaja aquí?

-       Si señora...

-       Entonces, ¡abra la puerta que yo me quedo!

-    Señora, señora, espere – gritó el enfermero mientras corría detrás de la mujer, al tiempo que sus ojos buscaban afanosamente a alguien que pudiera ayudarlo a detener a esa tromba de mujer que se iba adentrando por los pasillos del asilo y que no hacía caso de sus atropelladas palabras, que tan pronto eran razones lógicas del por qué ella no debía estar allí y por otro lado, su propia conciencia y sentido del deber que le reprochaban el haber sido tan insensato al abrir la puerta de esa manera tan infantil.

El sentimiento de inutilidad era demasiado abrumador, aquel remolino de faldas se escabullía de su alcance con una facilidad insultante hasta que la perdió de vista y se quedó en medio del pasillo con las manos a lo largo de su cuerpo, mirando al frente con la misma ausencia de expresión que los internos a su cuidado. En ese estado lo encontró Manuel, quien se aproximaba abstraído, leyendo unos informes médicos y de no ser por un reflejo inconsciente, hubiera chocado con él. Manuel lo sacudió, lo zarandeó hasta que poco a poco Jairo fue recobrando el sentido de la realidad, sin embargo no se atrevía a confesarle a su compañero que había sido arroyado por una mujer que exigía de buenas a primeras ser recluida dentro del establecimiento y que en esos precisos momentos estaría ya confundida con los enajenados del ala sur.

Manuel al notar la palidez que cubría el rostro de Jairo lo condujo suavemente hasta el consultorio del Doctor, lo acomodó en una silla y lo obligó a beber un poco de agua, al tiempo que lo interrogaba acerca de lo que le había sucedido.

-      No sé, balbuceó Jairo, fue una especie de mareo, pero creo que ya estoy bien. Si no le importa me voy a quedar un rato más y luego lo ayudo con los informes.

-       Hombre, por eso no se preocupe, repuso Manuel, lo importante es que se tranquilice; esos mareos no son nada buenos. ¿Sería que algo le sentó mal? ¿Qué comió?

-       El almuerzo del hospital. Debe ser más bien cansancio, esta semana ha sido dura. Menos mal que hoy es viernes.

-       Bueno, lo mejor sería que lo viera un médico, aunque fuera el doctor Agudelo, ya sé que es siquiatra, pero estudió medicina ¿o no?

-       Supongo que sí, pero creo que pediré una cita el lunes e iré al seguro.

-       Bueno, si necesita algo llámeme.

Mientras Manuel salía de la habitación, Jairo cerró los ojos fuertemente esperando que al abrirlos su situación en el hospital fuera la misma de siempre, con sus enfermos ya conocidos y sin ese peso extraño que le oprimía el estómago.

Jairo se llevó las palmas de las manos a los ojos y ayudó a sus párpados para que la oscuridad fuera total, sintió el frío de éstas, la humedad se le prendió a las pestañas, pero aunque su visión le negaba la luz, su cerebro iluminaba la escena como si la estuviera viviendo de nuevo: un atardecer rojizo, a lo lejos las montañas desdibujándose por los efectos de la luz solar, una luz que llegaba hasta ellas tamizada por una delgada cortina de nubes; un maravilloso escenario donde su espíritu bailaba totalmente desinhibido al compás de acordes celestiales, su cuerpo y su mente eran una sola materia fundida con los tonos del atardecer; aunque tenía la certeza de que la parte sólida de su cuerpo lo contemplaba tras el cristal de la puerta; entre esa parte sólida y el Jairo que bailaba en el horizonte, estaba el jardín que bordea el edificio principal del asilo con sus enormes eucaliptos de plata, la piedra menuda que rellena el tramo de calle derivada de la lejana carretera principal, y él, en su arrobamiento se atrevió a infringir las normas, decidió que un atardecer así debería oler a inmensidad, a cosas profundas, definitivas, por eso entreabrió la puerta dejando penetrar el olor de la tarde, para paliar un poco los humos a desinfectante del asilo, fue en ese momento, justo mientras aspiraba el olor a eucalipto, cuando de repente una mujer mayor, aunque no precisamente anciana, se le echó encima preguntándole si trabajaba ahí; lo que sucedió inmediatamente después pierde claridad en su mente, pues los recuerdos, sumados a las evocaciones dan a la realidad carices tan diversos que uno llega a dudar si alguna vez existieron.  Cómo saber si aquella mujer entró de verdad a la clínica dejándole en las fosas nasales un olor a jazmines, que le dibujaron en su mente un cementerio, cómo saber si ese escalofrío que recorrió sus entrañas fue provocado por el roce de esa piel y cómo además, poder estar seguro de que esos ojos no lo habían traspasado como un cuchillo caliente atraviesa la mantequilla. No, de eso estaba plenamente seguro, ya podrían cortarle la cabeza, someterlo a torturas, a humillaciones, a vejaciones de cualquier índole, nada lo haría cambiar de opinión, esa tarde había sido definitiva en su vida, por eso le daba miedo buscar a la mujer, esa presencia no merecía un desarrollo de acontecimientos tradicional, como llamar a los enfermeros, a los vigilantes, o a la policía y requisar vulgarmente cada centímetro del asilo hasta dar con ella para luego echarla de allí impunemente. Todas las cosas que nos suceden de forma inesperada e insólita deben desaparecer de la misma manera, es la única posibilidad de que la vida no se nos vuelva un trapo ajado entre las manos sudorosas; por eso no iba a avisar a nadie de la presencia de aquella mujer, se quedaría cumpliendo sus obligaciones de siempre, repitiendo el mismo rol que había desempeñado desde que empezó a trabajar en el asilo, no dejaría que nadie se diera cuenta del fundamental cambio que se había operado en su vida; sin embargo la buscaría, por supuesto que sí, la encontraría y ya vería lo que pasaría, siempre y cuando fuera a su manera. Con ese propósito salió del despacho, se dirigió al baño, quería comprobar si su rostro había cambiado, o si algo en su expresión delataba esas nuevas emociones que lo embargaban; con este propósito entró mirando receloso a lado y lado del pasillo, cerró pasando el pestillo, se acercó hasta el espejo, allí vio que su cara seguía siendo la misma, ahí estaban las pálidas mejillas, los ojos verdozos, las cejas pobladas, la misma dureza en la barbilla. Sí, no había cambiado, seguía  siendo el Jairo de siempre y así debía permanecer, por lo menos hasta la noche, cuando todos se fueran y él se quedara resguardando su territorio, por delante tenía más de ocho horas para determinar que camino seguir.

Salió del baño, se encaminó a la primera sala, revisó los historiales de cada enfermo, consultó los horarios de las medicinas, tomó la tensión a quien debía tomársela y de paso, disimuladamente examinaba los cuartos, abría los armarios, registraba los baños, mientras su voz daba explicaciones que nadie le había pedido; frases como: este baño necesita una buena mano de desinfectante, o le arreglo la cama, o déjeme alcanzarle las zapatillas, servían  de escudos para su búsqueda incógnita; los enfermos lo  miraban, algunos se sonreían, otros ni lo escuchaban, actuaban como siempre, pero Jairo veía en ellos sonrisas ladinas, miradas furtivas y un cierto aire de burla empezaba a molestarle pero no sabía muy bien como sacárselo de encima.

En ese recorrido por sus rutinas sanitarias se le fue lo que quedaba de la mañana y pronto oyó el silbato para almorzar. Un sudor frío empezó a recorrerle la espalda, una desazón en el estómago le impidió tragar la comida. Se excusó con sus compañeros alegando tener trabajo atrasado y se refugió en el despacho. Desde la ventana Jairo contemplaba el jardín sin verlo, su mente se había quedado congelada en un lugar inaccesible para su entendimiento, parecía como sí se le hubiera separado del cuerpo para  convertirse en un ente ajeno a su ser; no pensaba en nada, no recordaba nada, simplemente se había quedado rígido ante la ventana sin saber qué hacer, como si de un momento a otro hubiera aparecido en una tierra extraña donde nada de lo que le rodeaba tenía nombre, o recuerdo, u olor conocidos. Y, sin embargo la vida en el asilo transcurría ajena al estado cataléptico en que se encontraba Jairo, los enfermos iban y venían por el parque vigilados por Manuel, quien desde lejos no perdía de vista ninguno de sus movimientos. Algunos vagaban solos, cabizbajos contando los pasos sobre las lozas de los caminos laterales, otros avanzaban en grupo pero sin hablarse, eran como una manada de leones que busca la compañía de los de su casta para atravesar ciertos parajes de su territorio, y una vez salvada la dificultad, se separan sin decirse adiós, sin darse las gracias por esa especie de solidaridad de género,  cada cual sigue su camino sin siquiera recordar que hace apenas unos instantes había necesitado de los demás; otros, los menos jugaban o por lo menos aparentaban jugar  al ajedrez o al dominó, pero entre jugada y jugada podía pasar toda una eternidad, hasta que uno de los dos, quien menos paciencia tuviera se levantaba de la mesa protestando y haciendo saltar las fichas por los aires. (continuará)


Gladys



Entre una cosa y otra

Publicado el 28 de Enero, 2008, 13:11. en Relatos variados.
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    http://www.alcione.cl/nuevo/var/misc/astrologia/elsol.jpg

Juan se sienta en el parque con su buena provisión de maíz para las palomas, tiene previsto estar allí hasta que oscurezca para volver a su casa, prepararse un bocadillo, ver el telediario y ponerse a leer hasta que los ojos se le cierren.

Lanza Un primer puñado y unas cien palomas se agrupan a su alrededor revoloteando, alguna rabiosa, más robusta o belicosa logra empujar a las otras, pero por lo general tiene la impresión de que todas prueban su maíz.

Como todos los días jugó a contarlas, sabía que era inútil, pero así se le pasaba el tiempo, empezó: uno, dos, tres… abstraído en su tarea logró llegar hasta cuarenta cuando una paloma levantó el vuelo y en vez de buscar algún maíz lejano fue a posarse sobre una mujer que se hallaba sentada frente a Juan.

Juan la miró, pero no se extrañó. En ella empezó a descubrir los ojos, las cejas, el dulce gesto de la boca, la pasión de esa mirada que parecía emanar vida a todo objeto donde se posaba. Era Lina Guzmán Pérez, la Lina de la universidad, de las noches enloquecidas por el alcohol y la salsa, la Lina de su noche de bodas, la Lina de sus treinta años de matrimonio, la Lina que había muerto hoy hacía un año.

Juan abandonó su banco, se acercó, posó una de sus manos sobre el muslo de Lina, hablaron, soñaron, volverían a ser una familia en cuanto se encontraran con sus hijos.

Ahora los dos abandonan el parque, van en busca de sus hijos,  se abrazan entre ellos, llegan hasta la puerta de su casa. Allí está toda la familia reunida, hijos, primos, hermanos, cuñados, vecinos y amigos, parece que hay un funeral.

  • Lina: Por qué no me lo dijiste antes.
  • Juan: Al principio quise hacerlo, pero luego, entre una cosa y otra lo dejé pasar.
  • Lina: Bueno, no te iba dejar solo en tu propio funeral. Pero antes, demos un recorrido por la casa. Tenemos tiempo antes de que mueran también nuestros hijos. Vamos.

 

Fueron a la habitación compartida, repasaron los objetos amados y conservados durante los años de matrimonio, el cenicero azul, el jarrón de cristal, los teveos que acompañaron la infancia de los hijos. Sobre la mesita de noche, el libro que no terminó de leer.

Lina se acercó a la ventana y le dijo a Juan:

  • ¡Ven a ver! – palmoteó Lina entusiasmada - Mira las hojas de las plantas, las copas de los árboles, los techos de las casas, la ciudad, el mundo entero está limpio, como nuevo… listo para ser estrenado.

No. – Dijo Juan – Esperemos a nuestros hijos.

 Gladys

 



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