¡Cuántos!
por dos mitades desunidos
de sus almas y cuerpos cercenados,
por la enorme maldad de los malvados,
en el loco vaivén de los sentidos.
Despidiéronse así, enmudecidos,
horadada su faz y desangrados.
Vidas y sueños de rabia empapados,
brillos de luna y afanes perdidos.
Murieron sin haber casi aprendido
a vivir el big bang de su desvelo
y ansían de saber lo que nos pierde.
En el albor de un cielo sorprendido,
que Madrid sobreviva y nos recuerde
el dolor infinito de su duelo.
Manuel Hernado Mora
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