
Redactado por Su Alteza El Jeque Sultan Bin Mohammed Al-Qasimi
Fué durante mis primeros años escolares cuando comenzó mi fascinación por el
teatro, aquel mundo mágico que me ha cautivado desde entonces.
Los inicios fueron modestos, un encuentro casual al que consideré como una
actividad extracurricular para enriquecer la mente y el espíritu. Pero fue
mucho más que eso al llegar a estar seriamente involucrado como escritor, actor
y director de una producción teatral. Recuerdo que fue una obra política que
enfureció a las autoridades de aquella época. Todo fue embargado y el teatro
clausurado frente a mis propios ojos. Pero el espíritu del teatro no pudo ser
aplastado por el peso de las botas de los soldados armados. Ese espíritu buscó
refugio y se alojó en lo más profundo de mí ser, haciéndome totalmente
conciente del amplio poder del teatro. Fue entonces cuando la verdadera esencia
del teatro me impactó del modo más profundo, llevándome a estar absolutamente
convencido de lo que el teatro podía hacer en las vidas de las naciones,
particularmente frente a quienes no pueden tolerar oposición o diferencias de
opinión.
El poder y el espíritu del teatro se enraizaron profundamente en mi conciencia
a lo largo de mis años de universidad en El Cairo. Ávidamente leía casi todo lo
escrito acerca del teatro y pude ver los diversos alcances de lo que se
presentaba en los escenarios. Esta conciencia se ha profundizado aún mas en los
años subsiguientes mientras he tratado de seguir las últimas evoluciones en el
mundo del teatro.
Estoy leyendo sobre del teatro desde los tiempos de los ancestrales griegos
hasta la actualidad. He llegado a estar agudamente conciente de la magia
interior que los muchos mundos del teatro tienen el poder de ejercitar. Es de
esta forma que el teatro alcanza las profundidades ocultas del alma y liberan
los tesoros escondidos que habitan en las profundidades del espíritu humano.
Ello ha fortalecido mi ya imperturbable fe en el poder del teatro, en el teatro
como un instrumento de unificación a través del cual el hombre puede difundir
amor y paz. El poder del teatro también permite la apertura de nuevos canales
de diálogo entre diferentes razas, diferentes etnias, diferentes colores y
diferentes credos. Todo esto me ha enseñado personalmente a aceptar a otros tal
cual son y me ha infundido la convicción de que en el bien la humanidad se
puede mantener unida y en la maldad la humanidad puede ser únicamente dividida.
Es verdad que la lucha entre el bien y el mal es intrínseca a los códigos del
teatro. Por último, sin embargo, prevalece el sentido común y la naturaleza
humana en su conjunto se unirá en si misma a todo lo que es bueno, puro y
virtuoso.
Las guerras con las que la humanidad ha sido afligida desde tiempos ancestrales
han sido siempre causadas por instintos malvados que simplemente no reconocen
la belleza. El teatro valora la belleza y uno podría hasta argumentar que
ninguna forma de arte es capaz de capturar la hermosura con mas fidelidad que
el teatro. El Teatro es un receptáculo que abarca todas las expresiones de
belleza, y aquellos que no valoran la belleza no pueden valorar la vida.
Teatro es vida. Nunca hubo un momento como el actual cuando es de nuestra
incumbencia denunciar guerras fútiles y diferencias doctrinarias que
frecuentemente levantan sus horrendas cabezas en ausencia de una conciencia
real y responsable que las inhiba. Necesitamos terminar con escenas de
violencia y matanzas al azar. Estas escenas se han convertido en sucesos
cotidianos en el mundo de hoy, solamente agravados por las abismales
diferencias entre la perversa opulencia y la abyecta pobreza, y enfermedades
como el SIDA que han depredado muchas partes del globo y derrotado a los
mejores esfuerzos para erradicarlas. Estas enfermedades son, junto con otras
formas de sufrimiento por la desertificación y la sequía, calamidades
provocadas por la ausencia de un diálogo auténtico que sería el camino seguro
para convertir al mundo en un lugar mejor y feliz.
Gente de teatro, es casi como si hubiésemos sido abatidos por una tormenta y
obnubilados por el polvo de la duda y la sospecha que se nos están acercando.
La visibilidad ha sido casi completamente eclipsada y nuestras voces
estridentes pero apenas audibles en el clamor y división intentan mantenernos
distantes el uno del otro. En realidad si no fuese por nuestra profundamente
enraizada fe en el diálogo tan excepcionalmente manifestado por formas de arte
como el teatro, habríamos sido barridos por la tormenta que no deja piedras sin
voltear para dividirnos. Debemos encararlos, no para destruirlos sino para
levantarnos por sobre la contaminada atmósfera abandonada en el despertar de
sus tormentas. Necesitamos aunar nuestros esfuerzos y dedicarlos a comunicar
nuestro mensaje y establecer lazos de amistad con aquellos en busca de
hermandad entre naciones y gentes.
Nosotros somos mortales, pero el teatro es tan eterno como la vida misma.
Sultán Bin Mohammed Al Qasimi
(Traducción: Fernando Torre, presidente del Centro Peruano del ITI).
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