
Tras muchos años de residencia en Estados Unidos, le había llegado la
hora de adquirir la nacionalidad americana. Para ello tenía que
responder a una serie de preguntas muy sencillas acerca de la
Constitución: de esta forma, demostraría poseer un conocimiento mínimo
y general de su contenido y manifestar su consideración hacia ella.
Además, necesitaba dos avalistas que respondieran de su reputación y le
acompañaran al examen oral ante un juez local.
Gödel tenía unos padrinos de lujo: Albert Einsyein, que no necesita
presentación alguna, y Oskar Morgenstern, economista matemático y
coinventor, junto con John von Neumann, de la “teoría del juego”.
Einstein cuenta que había ido aumentando su preocupación y la del
propio Morgenstern ante la inestabilidad y falta de sentido común que
había demostrado Gödel durante el periodo previo a esta simple
entrevista. Parece
ser que Gödel llamó a Morgenstern la tarde anterior para explicarle que
había encontrado un resquicio en el entramado de la Constitución que
permitía la instauración de una dictadura.
Morgenstern le dijo que eso era completamente absurdo y que bajo ningún
concepto debía mencionarlo en la entrevista del día siguiente.
Cuando llegó la tan esperada cita, Einstein y Morgenstern intentaron
desviar la atención de Gödel para que no pensara en lo que le rondaba
la cabeza y evitar así que se le escapara algún chiste inconveniente o
alguna anécdota fuera de lugar: confiaban en que se limitaría a
presentarse, dar las respuestas de rigor y los tópicos resabidos y
marchar con la nacionalidad bajo el brazo. El siguiente relato de John
Casti sobre cómo discurrió la entrevista confirma que las sospechas de
los dos testigos no eran infundadas: “Durante
la misma, el juez quedó gratamente impresionado por la brillante
personalidad y reputación pública de los testigos de Gödel, y rompió
con la tradición al invitarles a sentarse el tiempo que durara la
entrevista. El juez empezó por comentar a Gödel: ‘Hasta ahora, usted ha
tenido nacionalidad alemana’. Gödel corrigió esta ligera ofensa,
haciendo notar que era austríaco. Impertérrito, su señoría prosiguió:
‘De todos modos, su país tuvo que sufrir una dictadura horrible… pero
afortunadamente eso no puede suceder en América’. Al oír la palabra
mágica, ‘dictadura’ Gödel no pudo contenerse y gritó: ‘¡Todo lo
contrario!, ¡yo sé cómo puede suceder eso, puedo probarlo!’. Calmarle y
evitar que siguiera adelante con la explicación extensa y detallada de
su ‘descubrimiento’ requirió no sólo los esfuerzos de Einstein y
Morgenstern, sino también los del juez”.
Autor:
Referencia: El curioso mundo de las matemáticas, David Wells, Editorial
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